
En sus obras, Daniel Mullen busca tender un puente entre lo tangible y lo intangible, lo material y lo virtual, y lo mundano y lo místico. Sus composiciones geométricas parecen propias del mundo digital, pero en realidad son el resultado de un metódico proceso de creación pictórica, basado en la técnica clásica de la veladura. Sus diseños lineales y simétricos introducen la idea de precisión e incluso de perfección, pero pese a la aparente exactitud de sus formas, las marcas de la pincelada, las variaciones en el espesor de las capas de color, las sutiles imperfecciones en el trazo o las mínimas huellas de correcciones que quedan sobre el lienzo, dan cuenta del proceso marcadamente artesanal de su producción. Así, lo específico e irrepetible de estas superficies hechas a mano se contrapone a la perfección infinitamente repetible de la imagen digital que los cuadros evocan. En cierta forma, Mullen escenifica un encuentro entre lo ideal y lo concreto, conjugando una complejidad de tipo mental, propia de sus estructuras compositivas de guiño matemático, y otra complejidad de tipo sensorial, que corresponde a la riqueza visual de su obra. Por ello el recurso a la veladura, pues le permite generar un abanico de variaciones tonales sutiles y de gran luminosidad que le dan ese carácter meditativo a estos paisajes abstractos que nos invitan a recorrerlos detenidamente con la mirada. En ese sentido, lo que Daniel Mullen nos ofrece es un espacio de auto-reflexión acerca de nuestros propios procesos perceptuales y mentales en el momento mismo de la percepción. Max Hernández Calvo
Su obra explora cómo se configura la percepción—visual, emocional y espacialmente—a través de las relaciones entre forma, color, luz y material. Crea condiciones en las que el significado surge mediante la interacción: entre superficie y profundidad, entre los objetos y su entorno, entre el espectador y la obra. Basada en un enfoque fenomenológico, su práctica atiende a cómo la percepción es encarnada y contingente—cómo se desarrolla en el tiempo, moldeada por el movimiento, la atención y el encuentro. La presencia del espectador activa la obra, formando un campo de experiencia compartido. Este interés por la coautoría—donde el acto de mirar se convierte en parte de la construcción del significado—atraviesa toda su práctica. Este enfoque surge de una necesidad persistente de orientarme—a modo de enfrentar las complejidades de la percepción, la relación y la atención. Estas obras no son ilustraciones de esas dinámicas, sino una forma de convivir con ellas—abriendo espacio para el diálogo a través del material, el encuentro y la presencia cambiante del espectador. Si bien la pintura constituye el núcleo de su trabajo, Mullen también explora la escultura y la instalación para extender estas preocupaciones al espacio. El rectángulo aparece como un elemento estructurante, sirviendo tanto de anclaje compositivo como de marco para generar profundidad más allá de la superficie. Dentro de esta restricción, el ritmo y la desviación, la transparencia y la interrupción, tienen cabida para desplegarse. Su proceso es metódico pero no rígido—guiado por sistemas, pero receptivo a los matices, atento a la presencia de la mano y abierto a la inestabilidad óptica. La geometría se convierte en un campo de tensión, donde la estructura da paso a la sensación. Sus obras escultóricas—realizadas en acero espejado, madera y porcelana—amplían la lógica perceptiva de la pintura hacia las tres dimensiones. Estas piezas invitan al espectador a una relación cambiante con la forma, la reflexión y el espacio, donde la percepción se vuelve inestable, encarnada y relacional. A través de todos los medios, la obra de Mullen abre las condiciones para que la percepción se experimente como algo dinámico, participativo y co-construido—menos una cuestión de representación que de relación. ¿Qué sucede cuando ver se convierte en una forma de relación—algo vivido, inestable y compartido?