
En este nuevo cuerpo de obras, Daniel Mullen expande su exploración sobre las interacciones y relaciones entre el color y la geometría. Al limitar su paleta, Mullen profundiza en las sutilezas perceptivas y se basa en las teorías de Josef Albers sobre la interacción del color. A través del uso deliberado de tres tonos, el artista crea un espacio visual donde los colores se transforman y dialogan al yuxtaponerse, revelando variaciones y vibraciones ópticas que emergen únicamente de su proximidad. El concepto central de su trabajo es que el color no es un elemento aislado, sino una entidad en constante relación capaz de abrir nuevas posibilidades perceptivas. Como señaló Henri Matisse, los colores situados en proximidad crean una dinámica que trasciende la mera suma de sus partes. En sus pinturas, Mullen rechaza la representación plana. Busca, más bien, una abstracción ilusoria en la que la luz, el espacio, el movimiento óptico y la profundidad desempeñan un papel crucial, acercándose al neoconcretismo con una interpretación dinámica y orgánica. Al extender su práctica de la pintura a la escultura para esta colección, Mullen presenta sus primeras obras en acero, las que exploran la misma geometría de sus composiciones bidimensionales ahora dentro de un espacio tridimensional. Estas piezas, formadas por planos apilados que parecen capturar un instante de movimiento, generan una atmósfera de vacío y reflexión. El contraste entre la solidez del acero y la ligereza del espacio percibido resuena con las ilusiones visuales presentes en sus lienzos. El metal pulido de las esculturas refleja los colores y la luz del entorno, incorporando al espacio de la exhibición como un elemento activo en la obra. De este modo, la escultura se convierte en una extensión de la pintura, donde las transiciones de color y forma son experimentadas no solo visualmente, sino también como un fenómeno sensorial que se adapta a su contexto. El trabajo de Mullen nos invita a habitar la tensión entre la precisión de la geometría y la fluidez del color, entre la materialidad tangible de la escultura y la abstracción ilusionista de sus lienzos. Las obras existen como algo y nada al mismo tiempo, generando un diálogo entre formas, colores y líneas que desafía nuestra percepción y abre nuevos caminos para la contemplación.
Su obra explora cómo se configura la percepción—visual, emocional y espacialmente—a través de las relaciones entre forma, color, luz y material. Crea condiciones en las que el significado surge mediante la interacción: entre superficie y profundidad, entre los objetos y su entorno, entre el espectador y la obra. Basada en un enfoque fenomenológico, su práctica atiende a cómo la percepción es encarnada y contingente—cómo se desarrolla en el tiempo, moldeada por el movimiento, la atención y el encuentro. La presencia del espectador activa la obra, formando un campo de experiencia compartido. Este interés por la coautoría—donde el acto de mirar se convierte en parte de la construcción del significado—atraviesa toda su práctica. Este enfoque surge de una necesidad persistente de orientarme—a modo de enfrentar las complejidades de la percepción, la relación y la atención. Estas obras no son ilustraciones de esas dinámicas, sino una forma de convivir con ellas—abriendo espacio para el diálogo a través del material, el encuentro y la presencia cambiante del espectador. Si bien la pintura constituye el núcleo de su trabajo, Mullen también explora la escultura y la instalación para extender estas preocupaciones al espacio. El rectángulo aparece como un elemento estructurante, sirviendo tanto de anclaje compositivo como de marco para generar profundidad más allá de la superficie. Dentro de esta restricción, el ritmo y la desviación, la transparencia y la interrupción, tienen cabida para desplegarse. Su proceso es metódico pero no rígido—guiado por sistemas, pero receptivo a los matices, atento a la presencia de la mano y abierto a la inestabilidad óptica. La geometría se convierte en un campo de tensión, donde la estructura da paso a la sensación. Sus obras escultóricas—realizadas en acero espejado, madera y porcelana—amplían la lógica perceptiva de la pintura hacia las tres dimensiones. Estas piezas invitan al espectador a una relación cambiante con la forma, la reflexión y el espacio, donde la percepción se vuelve inestable, encarnada y relacional. A través de todos los medios, la obra de Mullen abre las condiciones para que la percepción se experimente como algo dinámico, participativo y co-construido—menos una cuestión de representación que de relación. ¿Qué sucede cuando ver se convierte en una forma de relación—algo vivido, inestable y compartido?